LAS COBAYOS
Las cobayas son mascotas muy particulares, como sabemos todos los que les adoramos. Pero, para entender su mundo primero debemos saber cómo lo perciben.
El oído
Las
cobayas tienen un fabuloso oído. Los humanos y la mayoría de
roedores poseen dos vueltas en el caracol del oído interno. Las
cobayas tienen 4, con lo que tienen más células auditivas y una
capacidad para percibir frecuencias de hasta 33.000 Hz (los humanos
pueden llegar a los 20.000 hertzios). Por lo tanto, su oído es
superior al nuestro. Distinguen muy bien todos los sonidos y muchos
dueños saben que su cobaya aprende a asociar la apertura de una
nevera o el crujir de su bolsa de alimentos con la inminencia de una
rica comida. Captan mejor los tonos agudos que nosotros, pero oyen
peor los graves. Y recuerda que les dan miedo los sonidos fuertes,
con lo que debemos hablarles siempre en voz baja.
El olfato
Se
ha calculado que el olfato de las cobayas es 1.000 veces superior al
del ser humano. Sabemos que delimitan sus territorios con marcas
olfativas, con lo que es un sistema de reconocimiento entre los de su
misma especie y también entre los que no lo son. Por eso, para que
la cobaya reconozca al dueño es importante que sus manos no huelan a
jabón, colonia u otros productos químicos. Así puede aprender
fácilmente a reconocerle.
La vista
No
es su sentido más desarrollado, pero pueden apreciar ciertos
colores, a diferencia de la mayoría de las familias de roedores y
lagomorfos. Tienen buena visión nocturna y poseen un amplio campo de
visión (visión periférica) por la ubicación muy lateralizada de
sus ojos. De este modo pueden detectar la presencia de predadores. El
inconveniente de este sistema: que su visión tridimensional es
limitada, con lo que tienden a caerse al no calcular bien los cambios
de altura. Un consejo: no debemos cogerlas por detrás –es su
ángulo muerto de visión-, puesto que se llevaría un susto.
El gusto
Es
uno de los menos desarrollados, pero está comprobado que no les
gustan los alimentos demasiado amargos. Y tampoco los que son
demasiado dulces. Aunque no es una regla que se pueda generalizar,
puesto que cada mascota tiene su propio gusto.
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